jueves, 27 de mayo de 2010

MITO GRIEGO: LA CAJA DE PANDORA.



Un día, poco antes de enviar a Prometeo al Cáucaso, Zeus bajó del Olimpo para visita a su hijo Hefesto. Hefesto era herrero, y trabajaba en una oscura cueva subterránea situada en la soledad isla de Lemnos. Su fragua era lo más parecido al infierno. El fuego estaba estaba siempre encendido, y el hierro al rojo vivo irradiaba un calor insoportable. Y, sin embargo, Hefesto se sentía muy a gusto en aquel lugar, donde trabajaba sin descanso, día y noche, fabricando cadenas para los presos, herraduras para los caballos, cascos y espadas para los guerreros... En realidad, Hefesto utilizaba el trabajo para aislarse de los otros dioses, que se burlaban de él porque era feo y cojo. Nunca recibía visitas, así que se quedó de lo más sorprendido el día en que Zeus entró en su fragua.


¿ Qué le traería a su padre por allí?


Zeus tenía la mirada ausente. Parecía perturbado por un grave disgusto.


Prometeo le había engañado de nuevo, primero les dejó sin carne y ahora había subido el secreto al Olimpo y había devuelto el fuego a los hombres... ¡ Les había dejado en ridículo! Pero iba a demostrarle todo su poder, les daría un escarmiento a los hombres. que nunca lo olvidarían.


¿ Quienes le ayudarían, Hefesto?


Naturalmente, padre. ¿ Qué debía hacer?


Quería que creyese a una mujer ¿ A qué mujer? En aquel tiempo, ya existían las diosas, pero


la Tierra aún no había sido pisada por ninguna mujer.


La utilizará para vengarse de los hombres. ¿ Y cómo quería que fuese ? Debía ser muy hermosa.


Afrodita era la Diosa del Amor, y poseía una belleza perfecta. Saltaba a la vista que cualquier mujer que se le pareciera despertaría grandes pasiones entre los hombres. Hefesto, pues, modeló una figura con arcilla a imagen y semejanza de Afrodita. Empleó toda la fuerza de sus grandes manos para dar forma al tronco, la cabeza, a los brazos y a las piernas, y luego fue modelando los finos labios, el largo cuello, la espesa melena... La belleza de la criatura era tan deslumbrante que Zeus, sentado en la sombra, quedó impresionado.


Se llamaba Pandora porque llevaba en sí todo los dones imaginables.


Entonces, Hefesto se inclinó sobre Pandora con la intención de soplarle en la boca, pues así era como se les infundía a los hombres el aliento de la vida. Pero Zeus lo detuvo.


Esperó Hefesto, era una criatura perfecta, merecía el soplo perfecto.


Entonces, Zeus llamó a los cuatro vientos: El del Norte, que traía el frió; El del Sur, que traía el Calor; El del Este, que traía las penas y las alegrías; y el del Oeste, que traía palabras, muchas palabras. En cuanto los vientos soplaron sobre Pandora, la criatura empezó a moverse. Luego. Zeus convocó a los dioses.


Quería que le concedieran a esa mujer los dones para que pueda ser un humano.


Durante todo un día, los dioses desfilaron por la fragua de Hefesto para concederle a Pandora los más variados dones: dulzura y gracia, inteligencia y picardía, habilidad para tejer y labrar la tierra, fertilidad para dar a luz muchos hijos, buena voz para cantar, una sonrisa amable que inspiraba confianza... Pandora recibió todo los dones.


Ahora ya estaba preparada para ir junto a los hombres. Pero antes debía entregarle su regalo...


Zeus sacó una preciosa caja de oro y se la tendió a Pandora. Era muy bonita... ¿ Qué había en el interior? Era mejor que no lo supiera y nunca podría abrir esta caja.


Tenían la bendición , Zeus tocó con suavidad la cabeza de la joven.


Entonces, Zeus hinchó sus pulmones de aire y sopló sobre el cuerpo de Pandora. De ese modo, le proporcionó un último don, el más peligroso de todos: la curiosidad.


Luego, Hermes, el mensajero de los dioses, condujo a Pandora hasta la Tierra, y la dejó a las puertas de la casa del titán Epimeteo. Epimeteo era el hermano de Prometeo, pero no se parecían en nada. Mientras que Prometeo era hábil y astuto, Epimeteo destacaba por su torpeza y su ingenuidad. Cuando Epimeteo vio a Pandora, quedó tan deslumbrado por su belleza.


¿ Qué había de malo casarse con una mujer ? La soledad era una carga muy pesada y estaba seguro que Pandora le alegraría la vida...


Esa muchacha era un regalo de los dioses, y los dioses le detestaban desde que robó el fuego.


¿ Pandora era un castigo? ¡ Era un disparate! ¿ Cómo iba a ser un castigo esa mujer tan hermosa, que cantaba como los pájaros y le miraba con tal dulzura?


Se le olvidaba que él podía ver el futuro, y Pandora les traería problemas.


Epimeteo, sin embargo, estaba tan enamorado que no hubo forma de hacerle cambiar de opinión. A los pocos días se casó con Pandora, y fue feliz con ella durante cierto tiempo. Con los dones que había recibido de los dioses, Pandora que no la casa de su marido de bonitos tejidos y plantó en su jardín las mas hermosas flores. A todas horas se oían risas y cantos en aquel hogar afortunado. Pandora aprovechaba cualquier ocasión para acariciar a su esposo y dirigirle tiernas miradas, así que Epimeteo no podía pedirle nada más a la vida. Pandora, en cambio, no lograba ser feliz del todo, porque, noche y día, oía en su interior una voz que le preguntaba en su interior sin descanso.


¿ Qué habría en la caja de oro? ¿ Qué habría en la caja de oro?


La invisible avispa de la curiosidad se había apoderado de la alma de Pandora, y zumbaba en sus oídos.


¿ Qué habría en la caja de oro?.


Antes de dejarla partir, Zeus le había colgado a Pandora una cadena de oro al cuello. La joven la miraba de continuo, con cierta ansiedad, pues de las cadenas colgaban una llavecita dorada que servía para abrir la caja de oro. Más de una vez, Pandora estuvo a punto de descolgar la llave y abrir la caja, pero siempre acababa diciéndose una cosa; no podría hacerlo. Se lo había prometido a Zeus que jamás abriría la caja.


Sin embargo, llegó un día en que Pandora no pudo aguantar más. Su curiosidad era tan fuerte que ni siquiera podía dormir, así que cedió al fin a la tentación y abrió la caja. Al instante, sonó un zumbido atronador, como el de un enjambre de miles de abejas enloquecidas. Pandora comprendió que había cometido un grave error. Y es que Zeus había encerrado en aquella caja todas las desgracias que arruinan la vida de los seres humanos: la fealdad y la mentira, la tristeza y la angustia, el odio furibundo, el trabajo inútil que agota y no sirve de nada, la peste que mata a los hombres y las bestias... Pandora no levantó la tapa de la caja más que un poquito, pero fue suficiente para que saliera al mundo todas las desgracias. Empujadas por los vientos, la maldad, la mentira y la enfermedad alcanzaron todas las casas de la Tierra, y en seguida empezaron a oírse gemidos de dolor y llantos de lastima.


Era lo que Zeus esperaba: su venganza acababa de completarse. Desde las alturas del Olimpo, el dios sonrió.


Ya los hombres comprendían de una vez para siempre que no se debía engañar a los dioses.


La Tierra habría quedado completamente aniquilada de no haber sido por la última cosa que salió de la caja: Un leve aliento, una bendición. Hefesto la había colocado a escondidas en el fondo de la caja, porque amaba a Pandora, que era su creación, y no quería verla morir. Aquella bendición era la esperanza. Movidos por ella, los hombres decidieron seguir adelante a pesar de todas las desgracias. No importaba lo mucho que tuvieran que sufrir: los hombres conservarían siempre la esperanza en una vida mejor, en la que no existieran el dolor ni la pena, la guerra ni la muerte.



No hay comentarios:

Publicar un comentario